14 de febrero de 2014

Resignación.

He llegado al punto exacto en el que me admito a mí misma que el amor no existe. Que tú y yo somos dos desconocidos jugando a llenar el alma del otro. Porque, dentro de todos tus impulsos contenidos y debajo de todos mis miedos aprisionados, tú y yo tenemos un alma. No encuentro otra palabra para describir esa parte que nos queda debajo de superficialidad, de instintos y de otras bromas.
No puedo cambiarte. Precisamente porque sé lo que harías. Pero no lo harías realmente, tan sólo contendrías más todo lo que llevas dentro: tanto superficial y peligroso.
No puedes ser para mí. No eres así.
No puedo ser la única para ti. Porque ni siquiera soy alguien para ti. Y, sin embargo, me asfixias bajo la angustia de tener que complacerte.
No puedo cambiar tus pasados, no puedes olvidar los míos y si damos un paso más, nos caeremos al abismo. Figuradamente, estamos en el borde del precipicio, tú sonríes y me tomas de la mano, para que yo me tire a él contigo. Porque eso es justo lo que tú quieres.
He llegado a aceptarte. Aceptar que tú eres tú, con defectos y una enorme incapacidad para reconocerlos a simple percepción. Aceptar que te dejas guiar por lo más simple, lo más absurdo, lo más vacío, lo más vano porque así eres tú. Aceptar tu hipocresía porque así no eres tú. Aceptar que, una vez acepte tu trato, yo sí seré para ti y tuya.
Pero tú no. Tú no eres así. Tú no lo comprendes. Porque así eres tú.
He llegado al punto del conformismo. Llega un punto en que aquello de lo que huyes, no te deja más escapatoria. Y tan sólo tienes que rendirte. O aceptar. Aceptarlo todo. Aceptarte a ti, a mí, a nosotros y a los otros.
Y, sabiendo que ambos estamos viviendo una descomunal mentira preciosa, tan sólo quiero prolongarla. Quedarme en la punta de la montaña, y no caer. No caer. Jamás caer.
No ahora. Sostenerme. Y arrugarte la camisa con mis manos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Qué te pareció?