31 de agosto de 2013

Me gustas y a la vez te odio.

Hay un sin fin de momentos en mi mente que no he vivido y que me encantaría realizar. Algunos contigo. Me gustas. ¿Cómo decirle a alguien que te gusta sin que huya? Ese miedo que te recorre desde la punta de tus pies hasta las mejillas que hace a las manos sudar intencionalmente y latir a tu corazón como si acabaras de correr kilómetros, ese feeling de "es él, sí, es él por quien voy a radiar de celos cuando le hable a otra y por el que me saldrán ojeras horribles al desvelarme con él o por quedarme despierta para saber que llegó con bien a casa, es él" ¿pero cómo le digo todo esto si muy apenas sé su nombre? Estudios científicos demuestran que fue "me gustas" a primera vista, ¡claro! eso fue. Y de repente tu imaginación empieza a crear escenas en tu mente, escenas donde está él, y no te queda más que imaginarlo a tu manera porque aún no lo conoces. Me gustaste cuando dijiste: “Ya dilo. Yo también te extrañé” y “Me agradas”, en vez de cualquier otro verbo tan usado y corriente que escuchamos día a día. Cuando dices que soy misteriosa, lo cual odias-amas. Me gustas porque me desconectas de la realidad, de lo que veo, de lo tangible. Me gustas porque tú eres aparte. Me gustas indefinidamente: como hoy puede que sí, tal vez mañana ya no. Me gustas cuando me veías brillante, perspicaz, terca y obstinada. Es justo la manera en que deseo verme a mí misma. Me gustas con tu manera tan natural de dar los buenos días, me recordaste lo fácil y sencillo que es y también lo bien que se siente si viene de la persona indicada. Me gustas por saber que estás ahí, pese a todo. Me gustas tal como me gusta cualquier otro objeto, lugar, destino, sujeto, suceso o evento en la vida; la única distinción es que se trata de ti. Me gustas porque me entiendes (aun cuando se me da por enojarme de la más mínima cosa).  Me gustas cuando me cuentas cosas, me gusta escucharte: a ti y no a cualquiera porque generalmente me aburro. Me gustas porque me das el amor que igual yo te doy. Me gustas porque no eres de los que prometen, simplemente lo haces. Me gustas porque no crees en rumores. Me gustas tanto que me dan ganas de dedicarte canciones que juré jamás dedicar.
No, en mi mente tampoco eres tan perfecto, también hay cosas que odio de ti, odio esa camisa blanca que nunca te fajas dentro de los pantalones y que, sin embargo, siempre te hace lucir elegante ante mis ojos. Odio lo guapo que te ves cuando menos lo intentas: recién después de un baño, despeinado, apenas despierto o después de tu rutina en el gimnasio. Odio tus gustos musicales. Son malísimos. Digo, ¿alguna vez has escuchado música electrónica no tan comercial? Odio esos zapatos deportivos tan imposibles de pasar desapercibidos que te encanta usar. Odio tus cambios de humor, nunca sé cuándo estamos bien y, desgraciadamente, siempre estamos mal por algún motivo. Odio que sonrías, me haces sonreír a mí también aunque hace minutos estuviera declarándote la guerra. Odio tu barba, tan irresistible y perfecta para tu sonrisa. Odio que me hagas creer que te gustan las cartas. Porque a mí me gusta creer que te gustan las cartas. Odio tus ojos. En especial cuando la luz del sol les resplandece en un tono más claro, más brillante. Odio tu mirada. Es tan caótica, tan visible. Difícil de ignorar. Odio tu sonrisa. Tan burlona, tan contagiosa, tan mía. Así la siento, la siento mía. De una manera u otra, la siento cercana y a mi alcance. Odio tu indiferencia, me hace echar más de menos tu presencia. Odio a toda mujer que se te acerca. Odio a toda mujer a la que te acercas. Odio fingir que no odio a toda mujer que se te acerca o a la que tú te acercas. Odio nuestros silencios: calan de frío mi necedad por abrazarte. Odio tus abrazos sin sentimiento ninguno, tan mecánicos y forzados. Odio tu voz, tan irritante y adorable. Odio que seas tan guapo.
Me gustas y a la vez te odio. Sí, así de contradictorio es lo que siento por ti. Una parte de mí quiere perderse entre tus brazos y la parte sensata que queda en mí quiere matarte. Bueno, no, no matarte. Porque aun si mis manos tiemblan ante el deseo de estrangularte hasta que dejes de enunciar palabras que cambian mi sonrisa por una mueca de enojo o aun si mis ojos quisieran hipnotizarte con toda su energía para que pienses en mí de la manera en la que yo misma quiero que pienses, suspiro al darme cuenta de que realmente no me atrevería a hacerte daño ninguno.
Me gustas y a la vez te odio. Es así como llegarás, a modo de tormenta, pero siempre dejando un arcoíris a lo largo de tu recorrido como señal de que tú estuviste allí, en algún escondite resguardado de mis pensamientos. Un torbellino, una ráfaga de viento, un terremoto que sacude toda estabilidad emocional que pueda encontrarse dentro de mí.
Me gustas y a la vez te odio. Así tal cual como lees es de imprudente, de erróneo, de inadecuado, de atrevido el sentimiento que escondo tras mi mirada cuando estabas cerca. Una parte de mí quiere implantar en mis ojos un código que los tuyos puedan descifrar con facilidad: eliminando contraseñas, eliminando dificultad, eliminándolo todo menos tus decadentes habilidades lectoras.
Me gustas y a la vez te odio. Tan compleja que así es nuestra situación. Tan difícil, tan complicada, tan imposible. Tú tan simple, tan sonriente, tan feliz y sin ningún tipo de problema que te abrume demasiado. Así eres tú: transparente, impulsivo, guapo, mujeriego, galán y no precisamente un bobo intelectual. Ojalá tuvieras idea de cuántas veces no he querido intercambiar las tantas neuronas que tengo en el cerebro por unas cuantas tallas más en mi derrière que logren captar tu atención más que mis aburridas palabras.
Me gustas y a la vez te odio. Tu primera impresión al escuchar esta descripción es un despectivo y muy moderno “¿qué demonios te pasa?”. Y déjame te lo explico: me gustas, pero te odio por el arrebato que has tenido al jugar conmigo como si yo fuera tal como las otras, huecas y dependientes, que caen como ratas ante tus trampas con tal de conseguir un poco de tu dulce voz que no les permite prevenirse de lo que en verdad intentas.
Me gustas y a la vez te odio. Porque así es como me haces ocupar palabras tan fuertes como si fuesen cuestión de cualquier cosa. Cuando me dijiste “te quiero” y hasta “te amo”, tu estado de ebriedad no justifica nada porque después de eso, de lo sucedido aquella noche, nunca un “te extraño”. Ni siquiera un “hola” o un “¿cómo te va?”, palabras simples a las que les has agregado un gran peso de temor a perder ambos a nuestro más fiel compañero: el orgullo.
Me gustas y a la vez te odio. Así es como siento al ser el director de la propia película de mi vida: busco a un protagonista, a un actor y no necesariamente al personaje, a ti. Pero, claro, esto tú no lo entiendes y, como ya te lo mencioné, te preguntarás qué demonios me pasa; así que mejor me voy inventando una mejor descripción como, no sé, que me gustas y a la vez te odio, porque si es que yo de verdad te quiero, te quiero así como eres: libre, con otra mujer y una botella de licor en mano. Porque, a diferencia de todas las demás múltiples inmaduras con las que compartes uno que otro encuentro casual de aquellos en los que te luces, quiero que lo sepas: yo no te quiero para mí, yo no te quiero comprometido conmigo; yo simplemente te quiero a ti siendo tú.
Me gustas y a la vez te odio. Y es que así son los ataques de dinamismo sentimental que me provocas de vez en cuando de tal manera que me tientan a llamarte: no tienen tanto sentido si no te quedan ganas de volverme a marcar.
Me gustas y a la vez te odio. Al saber que así como yo te hablo, tú me ignoras porque tú no me escuchas, a ti no te importa; te aburro, te aburro con mis complejidades y dificultades que forman un relieve en mí, pero más bien mental y no físico como a ti te gusta notar en cualquier otra mujer.
Me gustas y a la vez te odio. Y es así como no te lo digo, pero igualmente lo siento a cada sueño en el que te apareces en mi mente sin que pueda evitarlo por encontrarme inconsciente. Y es el orgullo mi único salvador que me interrumpe ante mi necedad de querer hablarte una vez más tan sólo para confirmar lo obvio: tú ganas, yo (me) pierdo (en tus ojos). Mi orgullo: el único que me salva de una derrota, enfrentándome a un conformista y destructivamente silencioso empate.
Me gustas y a la vez te odio. Porque es así la única forma en la que sé quererte.

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