6 de agosto de 2015

Tengo ganas.


Tengo ganas

De que me muerdas una anécdota en el lóbulo derecho para que te la cuente a pedacitos y la descifres con los labios húmedos de mí. De que me levantes el ánimo, la mirada, la falda, el hubiera; y me digas que no todo está bien, pero algún día sí, no me vas a soltar de la cintura, te aferrarás a mí como esa segunda vez en tu casa y tu cama, con las marcas de cinco días de aguantarnos los instintos y tres horas de disimular frente a todos los demás.

De que me digas que no, con el sí en la sonrisa y en mi paleta favorita que me compraste en el puestecito de la calle sin luz, que la escondas en tu bolsillo y que te meta mano, juguemos a que no la quiero encontrar para que te acerques, me huelas el cabello y yo respire profundo invitándote a pasar. Aunque te lleve adentro siempre, te siento bien adentro adonde quiera que yo voy.

De que me erices el momento, la piel, los puedeser. Que sean mis pezones los que me delaten, que sea tu lengua la que me advierta las consecuencias y tus dientes los que me castiguen la mentira de no quererte junto a mí. De que me desalientes los planes que tenía antes de quitarme la ropa. Porque mi plan era quitarme la ropa así, decente, con calma. Y no. Tú llegas a que te estorbe y me la arranques y cuando mire hacia abajo, ya me estés desarmando con los ojos, componiéndome con tres dedos y suavizando con los labios la incertidumbre demencial de lo que estás por quebrar dentro de mí.

Tengo ganas de que mi desnudez sólo combine con tus sábanas, con tus noches; con el calor de tu saliva, con la pasión de tus abrazos; con la presión que ejerce sobre mí un susurro, una canción inventada para el vaivén de mi cadera, una palabra que me excite porque viene de tu voz. De que me confundas y no sepa lo que quiero, y resulte que al final como al principio y como hoy, lo que quiero seas tú, sonriéndome de lado, preguntándome si “así”.  Escuchándome que “más”, escuchándome a lo lejos, pero en ti.

Tengo ganas de gritar a gemidos ahogados en tu cuello que me encanta que me tomes de la mano cuando me siento perdida, que cuando te equivocas me gusta besarte los ojos para que encuentres el error y lo enmiendes a mi lado, que eres el mejor amigo que cualquier amante quisiera tener como compañero de existencia.

Tengo ganas de que tus trazos torpes le dibujen un camino a los lunares de mi espalda, que el destino sea mi vientre manchado de estragos y tus besos en la frente el sello de autenticidad de un sentimiento que se percibe en lo empañado de las miradas y las respiraciones agitadas y a la vez. Tengo ganas de que sepas que te espero, porque sé que siempre llegas, sé que no te quieres ir.

Tengo ganas de que me vistas con calma, con la inocencia propia de un epílogo innecesario pero bien merecido, que lo lea de tus manos temblorosas y mis muslos con sudor, que lo lea en voz baja para no despertar sospechas de que amemos cuanto hagamos, y hagamos cuanto deseemos, en la unión de lo que somos o el espacio que nos demos, siempre tenemos ganas. Ganas de que no se acaben nunca nuestras ganas de querernos.

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