Han sido momentos tristes y difíciles para mí y mi esperanzado corazón, por razones que ya no tiene caso explicar, pero que mucho tienen que ver con despedidas inesperadas.
¿Todo el tiempo distraída o soy yo quien distrae al tiempo? No lo sé, pero hace un par de días saludé a un extraño en la calle por equivocación. Mandé un mensaje de texto a la persona incorrecta. Busqué por cielo, mar y tierra una llave que traía en la bolsa de mi pantalón, incluso me enfadé al percatarme de ello. Me tragué un chicle al pasar la saliva. Soñé que moría y veía mi funeral y al despertar, hasta me molesté con los que no asistieron. Comenzaba a platicar cosas con mis amigos y a medio camino olvidaba de qué hablaba. Fui a comprar galletas a la cafetería y al llegar, descubrí que no llevaba el dinero. Olvidé el orden en los dígitos de mi número de celular. Llamé por otro nombre a alguien que conozco prácticamente de toda la vida. Hice fila durante 23 minutos en donde no era. Y así le sigue una lista similar más o menos vergonzosa, incluso me dijeron que estoy, pero sin estar. Y mi mente sigue allá, con él.
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